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Mostrando las entradas de 2018

Camino a casa

¿Estoy adentro o afuera? No entiendo qué pasa. Hace rato estaba en el autobús, iba al mar, a esa playa escondida. Y ahora estoy aquí en este camino oscuro que me lleva… ¿a dónde me lleva? No me ha de llevar a casa, este no es el camino a casa. Los faroles alumbran con su luz amarillenta, guían mis pasos — aunque camino a ciegas — . Veo casas, cientos de ellas, casas blancas con jardines y cercas; y no reconozco la mía. Yo iba a la playa, ¿qué hago aquí? Allá deben estar ellos, mi madre, Alba, mi familia. Escucho sus voces, me llaman de algún lugar distante, insistentes; y yo que no puedo salir de esta maraña. ¡Qué desesperanza!, camino y camino y no llego a ninguna parte. Sí, me gusta este sitio, no lo puedo negar: los jardines con el pasto crecido, el aura de la noche, las cercas blancas como las casas, el camino de asfalto, las lámparas con sus luces tenues y arriba el cielo. ¿Habrá un cielo para los desbalagados? Debí haberme perdido, no hallo otra explicación. Estoy perdi

Un sábado cualquiera

Fue en verano en que sucedió, de súbito, aquella secreta comunión. Los soles de las cosas se fueron fraguando en efímeros silencios, desliz de una ausencia dilatada, albacea de tu reticencia. Unión de todas las cosas. Nos miramos y fue como mirar el propio sol. ¿Habrá el verbo mirar si no es contigo? A la brisa del mar, el corazón disperso busca orillas de ti que no han sido exploradas. Giro de timón que alcanzó tu naturaleza, asidero de mis labios, espacio de dolor, vestigio de delirio en el que nunca he estado. Lugar en que todo se disuelve. Ebriedad fascinadora de un instante. Breve aleteo sobre la arena que se torna volátil. Trazos que evocan nostalgia de una playa profanada. Arrebato de ola devorada, efervescencia de una noche de verano, un sábado cualquiera, en el que aún espero redención y retorno. La vuelta de lo que nunca duerme.

Sueños de fútbol

Y por un momento olvidó, o no quiso recordar, que ella era superior a todos los demás. Y cayó en la trampa de su propia superioridad. Volvió sus ojos brillantes hacia Alter y le dijo: ‹‹llegas tarde››. Después de cientos de miles de millones de años, pensó en él, de pronto, como el único. No en las combinaciones que, a través de dos o tres líneas continuas, lograban traspasarla, sino en el sonido en sí de lo que una vez fue. Era ahora el equivalente de un recuerdo borroso: ondas rojas, amarillas y verdes que resonaban en el universo. La envolvía un leve recuerdo de ruidos sonoros que ya no oía, que ya no podía oír. El nuevo campo aguzaba sus recuerdos de tantos y tantos movimientos antiguos que ahora le costaba realizar. Redujo la velocidad y la energía se sumó a la totalidad de su individualidad. Sus trazos se extendieron más allá de las estrellas. A lo lejos, le llegó una señal que no pudo reconocer, pero que capturó enseguida y la guardó para la posterida

Mi mayor triunfo

H oy me ha tocado jugar el partido más importante de mi vida y no ha sido en la cancha, driblando rivales ni haciendo gambetas de las que hacía antes cuando me creía Cristiano Ronaldo. Hoy los pases y los goles de chilena con los que soñaba, van a tener que esperar. No sé cuándo pueda levantarme. Los médicos me dicen que no podré jugar más fútbol, que tal vez no pueda volver a caminar, que mejor vaya pensando a qué dedicarme, porque mi vida, la de antes, ya no será igual. La mirada de mi madre es de compasión y la de mi padre de resignación. Yo no me resigno. Mis compañeros de equipo vienen a visitarme y no saben qué decirme. Ayer vino el míster y me trajo un ramo de flores blancas, que son las de la esperanza. Me dijo: ‹‹No pierdas la esperanza, vas a regresar más fuerte››. Hablan de fe, de esperanza y de que todo está en la mente. Yo no sé si todo está en la mente, pero lo que sí sé es que voy a dejar esta cama y eso no está a discusión. Que no crean que me voy a quedar de

A Fuego Cruzado

“Zum”, una bala pasó zumbado. Dos pasos más y no la cuento. “Tras”, sentí que alguien me jaló de la solapa. Al momento me tiré al suelo y todos agachamos la cabeza. “Plas, plas, plas”, se oían los pasos de los que venían pisándonos los talones. No me atreví a alzar la cabeza para contarlos, pero segurito eran más que nosotros. Puñito a puñito nos fueron descontando. El indio que nos venía guiando, fue el primo en caer. Cayó de un plomazo, allá por terreno pantanoso. Todos creen que mi mayor triunfo fue Pensacola, en el lejano 1781. Bien que me acuerdo del día, fue el 8 de mayo que tomé posesión de esa población. Y aunque los americanos ya no lo recuerden, yo sí que me acuerdo de esa batalla y de todas las que tuve que librar cuando fui gobernador interino de la Luisiana Occidental. En ese tiempo en el que franceses, españoles y norteamericanos nos vimos involucrados en la misma guerra, luchando codo a codo por la independencia de las Trece Colonias Británicas en territorio que aho

Revelación

...Más allá de la materia, más allá de lo que ves, hay vida. Todo lo que ves a través de los ojos está muerto; lo que está vivo, escapa al ojo humano. Tienes el poder de crear, de crear vida donde no la hay. Tienes que ir a ese lugar, al lugar donde empezó todo, a la fuente de energía genuina y traspasar la delgada línea de la ilusión para conectarte con el mundo real, para que puedas ver, pero ver de verdad. Para que puedas absorber la belleza e imbuirte de ella, para que puedas abrirte a un mundo de posibilidades infinitas. Sólo tienes que creer, creer que es posible, creer que hay algo más, aquí mismo, delante de tus ojos y serás capaz de ver belleza donde otros sólo ven caos. Estás aquí y no es casualidad, se llama sincronicidad, te has sincronizado con nuestra energía, la misma energía que nos trajo a todos a este lugar. Los sueños, las intuiciones, los presentimientos, son tus guías, las migajas de pan de Hansel y Gretel para volver a casa, síguelas y te llevaran a casa, simplem

Flores en el mar

Subo y vuelvo a subir, unos ojos grandes que parecen estrellas me miran desde arriba y dejan caer sus chispitas de colores. Estoy tomando un baño de estrellas, sí, esos baños sí me gustan, no como los que me obliga a darme mamá. Me elevo hasta llegar a la luna que desde abajo, con mi telescopio, se ve muy chiquita, pero aquí, se hace grandota; hasta la puedo explorar y me deja pisar sus granitos microscópicos que se sienten como burbujas al reventar… voy pintando mis huellitas como cuando pinto huellas en el mar. Aquí todo es azul como el mar, a veces se pinta de negro, pero luego vienen esas lámparas que parpadean sin parar y la atmosfera se llena otra vez de luces azules, blancas, rojas y amarillas, como fuegos artificiales chispeando en un cielo de cristal. Después escucho una canción que me arrulla, pienso que, seguramente, ese es el canto lunar del que me hablaba mi abuelita cuando me contaba sus historias para ponerme a soñar. Luego pienso que el negro aquí no es negro, sino un

Nada tengo yo qué decir.

Nada tengo yo qué decir de la ciencia ficción, a menos que sea de la ficción y de la ciencia que noche y día sorteo en esta gravedad cero que se ha convertido mi vida desde que dejé el ciberespacio para dedicarme a la colonización. Y para ello no necesito un cerebro positrónico, ni robots revoloteando en mi imaginación como si fueran un efecto mariposa en un campo electromagnético de fusión, porque poseo la capacidad de la telepatía que me permite transmitir a través de ondas de radiación. Tampoco necesito una máquina del tiempo que me transporte al pasado para encontrarme con mi clon y repetir el simulacro que vengo repitiendo como un bucle infinito en este multiverso de manipulación. Mucho menos requiero viajar al futuro para pulsar un botón que acabe con la guerra de las galaxias y la de los mundos de un sólo jalón. No quiero resolver los problemas planetarios de la Tierra, Marte, Saturno, Júpiter y el enano Plutón. Me basta con arreglar mi paradoja temporal y líbrame de los virus