Sueños de fútbol


Y por un momento olvidó, o no quiso recordar, que ella era superior a todos los demás. Y cayó en la trampa de su propia superioridad. Volvió sus ojos brillantes hacia Alter y le dijo: ‹‹llegas tarde››.
Después de cientos de miles de millones de años, pensó en él, de pronto, como el único. No en las combinaciones que, a través de dos o tres líneas continuas, lograban traspasarla, sino en el sonido en sí de lo que una vez fue. Era ahora el equivalente de un recuerdo borroso: ondas rojas, amarillas y verdes que resonaban en el universo. La envolvía un leve recuerdo de ruidos sonoros que ya no oía, que ya no podía oír.

El nuevo campo aguzaba sus recuerdos de tantos y tantos movimientos antiguos que ahora le costaba realizar. Redujo la velocidad y la energía se sumó a la totalidad de su individualidad. Sus trazos se extendieron más allá de las estrellas. A lo lejos, le llegó una señal que no pudo reconocer, pero que capturó enseguida y la guardó para la posteridad. Siguió por aquellos pasillos fríos que la hundían en pequeños sobresaltos. Sus pensamientos viajaban al pasado, siglos antes, y se detenían en una sola imagen, en la de ella siendo protagonista. En un algún lugar, en algún intervalo del espacio-tiempo, su estela había iluminado el firmamento.
—¿No vienes? —preguntó Biecka
—Claro que sí —respondió él con un impulso.
—¿Tomarás parte en la competición?
—Sí —Las pulsaciones energéticas de Alter latieron irregularmente—. Seguro que sí. He pensado en algo inusitado, algo como un nuevo arte.
Por un momento, Biecka cambió la trayectoria y perdió la comunicación. Se transportó a la novena Galaxia y captó energías desconocidas: multitudes incesantes, formas de vida que ya no recordaba.  
Los sonidos y las imágenes cada vez eran más nítidas. Cuando leyó la palabra “arte” en la pantalla, algo en su interior latió aceleradamente.
—¿Me decías? ¿Arte?
—Sí —contestó él—. Arte. He recordado una especie de juego con el que hacían arte.
—Yo también he recordado. Era una sinfonía de voces, pulsaciones energéticas vibrando en pos de algo esférico.
—¡Eso es, algo esférico! —repitió Alter. Creo que organizaban juegos con algo esférico, una pelota que los humanos manipulaban haciendo arte con lo pies. Le llamaban fútbol. ¿Recuerdas eso?

Biecka cerró sus ojos metálicos y apagó su sistema. Hacía eso cada vez que quería soñar. Esta vez no soñaría con Alter, ni con las ondas sonoras viajando a través de la luz. Soñaría con una pelota, más aún, soñaría que ella era la pelota por la que millones de vidas energéticas vibraban en un sólo corazón.

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