Camino a casa


¿Estoy adentro o afuera? No entiendo qué pasa. Hace rato estaba en el autobús, iba al mar, a esa playa escondida. Y ahora estoy aquí en este camino oscuro que me lleva… ¿a dónde me lleva? No me ha de llevar a casa, este no es el camino a casa. Los faroles alumbran con su luz amarillenta, guían mis pasos aunque camino a ciegas. Veo casas, cientos de ellas, casas blancas con jardines y cercas; y no reconozco la mía. Yo iba a la playa, ¿qué hago aquí? Allá deben estar ellos, mi madre, Alba, mi familia. Escucho sus voces, me llaman de algún lugar distante, insistentes; y yo que no puedo salir de esta maraña.

¡Qué desesperanza!, camino y camino y no llego a ninguna parte. Sí, me gusta este sitio, no lo puedo negar: los jardines con el pasto crecido, el aura de la noche, las cercas blancas como las casas, el camino de asfalto, las lámparas con sus luces tenues y arriba el cielo. ¿Habrá un cielo para los desbalagados?

Debí haberme perdido, no hallo otra explicación. Estoy perdida. ¡Eso es!, me perdí y ni supe en qué momento me adentré en este mar de confusiones. Y es que se está tan cómodo aquí que con gusto me quedaría, ¡eso que ni qué!; pero, ésta no es mi casa, no son mis calles empedradas, ni mi ciudad, ni mi país. No, no es México. Deber ser un país de esos oscuros y tristes donde nunca se asoma el sol, como Rusia. Es eso o estoy soñando, no hay de otra. Me perdí o estoy en un especie de sueño de esos que llaman vívidos.

Estoy soñando y soy extranjera en mi propio sueño, ¿o no? ¿Cómo saberlo? Yo siento el mismo miedo que cuando estoy despierta; lo siento aquí, en la boca del estómago, como un calambre.
Algo no anda bien. No puede ser un sueño porque en los sueños nunca se está consciente.
Ya me asusté, me asusté de verdad. ¡Y este camino que nunca acaba! No tengo dinero, ni valija, ni identificación. No sé a dónde voy, sólo voy. Mi gente estará preocupada sin saber de mi paradero. No saben dónde estoy, no sé dónde estoy. Ni siquiera un alma pasa por aquí como para preguntarle en qué país me encuentro.

Tengo que llegar a casa, necesito llegar a casa. El mar, el mar puede salvarme, si llego a él, llegaré a casa. Pero aquí no hay ningún mar. Todo parece tan lejano… las voces, la playa, mi Vallarta.
¿Qué es ese olor tan intenso? Huele a campo, a flores, ¡a flor de cempasúchil! ¿Y qué están cocinando? Algo me atrae, algo a lo que no puedo resistirme. Entro, miro y remiro, y vuelvo a mirar; hay una foto mía, allí, en ese lugar que mi madre reserva para los santos, rodeada de velas y veladoras. Es una fotografía de cuando tenía quince. Alba la toma y le da un beso.

¡Por fin estoy en casa! ¡Y hay fiesta! Están cocinando la comida que tanto me gusta; la sirven en cazuelas y la dejan orear, y lloran. ¿Por qué lloran?
Les hablo y nadie me escucha, andan atareados con ese pan que parece de muerto. ¿No estaré yo muerta?
Las tripas me gruñen, tengo hambre. ‹‹Si estuviera muerta no tendría hambre››, me digo.
Mientras lo resuelvo, comeré algo, no vaya a ser que de veras me muera y esta vez de hambre.

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