Mi mayor triunfo
Hoy me ha tocado
jugar el partido más importante de mi vida y no ha sido en la cancha, driblando
rivales ni haciendo gambetas de las que hacía antes cuando me creía Cristiano
Ronaldo.
Hoy los pases y
los goles de chilena con los que soñaba, van a tener que esperar. No sé cuándo
pueda levantarme. Los médicos me dicen que no podré jugar más fútbol, que tal vez
no pueda volver a caminar, que mejor vaya pensando a qué dedicarme, porque mi
vida, la de antes, ya no será igual.
La mirada de mi
madre es de compasión y la de mi padre de resignación. Yo no me resigno.
Mis compañeros de
equipo vienen a visitarme y no saben qué decirme. Ayer vino el míster y me
trajo un ramo de flores blancas, que son las de la esperanza. Me dijo: ‹‹No
pierdas la esperanza, vas a regresar más fuerte››. Hablan de fe, de esperanza y
de que todo está en la mente.
Yo no sé si todo
está en la mente, pero lo que sí sé es que voy a dejar esta cama y eso no está
a discusión. Que no crean que me voy a quedar de piernas cruzadas, porque por
más que me digan, sé que mi juego aún no termina. Siento que estoy a medio
tiempo, a la mitad de un partido, en el vestidor, escuchando las indicaciones
del entrenador: la nueva estrategia, el nuevo parado. Y siento que tengo que
levantarme, ponerme los tachones, salir al campo y seguir jugando.
Esto tiene que
pasar, como pasa todo, como pasa el trago amargo de una derrota o de un penalti
fallado. ‹‹Sólo es un juego perdido, al siguiente me repongo, en el próximo partido
tomo mi revancha››, me digo.
Tengo que sacar
mi mejor repertorio, mi mejor regate para esquivar las zancadillas y salirme
del fuera del lugar en el que estoy ahora, porque no me imagino atado a una
cama ni fuera de las canchas. Desde siempre el fútbol ha sido mi vida, desde
niño soñaba convertirme en Pelé, en Maradona o ya de perdida en Hugo Sánchez, y
jugar para el Madrid y repetir ese gol a Logronés. Pasaba mis tardes jugando en
las calles, en las retas de la esquina de mi casa; o los domingos en la playa,
donde jugaba de portero, de defensa, de diez como Zidane y también de nueve
como Ronaldo, el fenómeno. Era todos
al mismo tiempo, mi sueño de ser futbolista me llevó a presentarme a visorias y
allí me reclutaron para ya no soltarme.
Luego vinieron
los entrenamientos y los juegos en las inferiores,
mi debut en primera división, dos temporadas buenas y mi primer llamado a
selección. Entonces fue que llegaron los “amigos”, las mujeres, las fiestas,
los reventones que organizábamos en las victorias y en las derrotas. Llevaba
una vida de estrella, acudía a firmas de autógrafos y me sentía importante; con
un gol me hacían héroe y con una falla, traidor de la patria, pero nunca me
faltaron los reflectores.
Después no sé lo
que pasó, se me apagaron las luces, no vi el coche que venía de frente y no
pude sortear el golpe. Me estampé de lleno contra la defensa, la del otro coche,
y salí volando. Se me rompieron los huesos y los sueños en un instante, en
vísperas de mi primer mundial. Nadie lo creía, ni yo. Los periódicos me sacaron
en primera plana, que dizque la esperanza del país se había hecho trizas con mi
accidente, que en mí estaban puestas las ilusiones de millones de aficionados para
pasar del “ya merito” y del “sí se puede”, al “sí se pudo”. No seríamos España
con un Iniesta, ni Brasil con un Neymar; sin embargo conmigo en el terreno de juego,
las probabilidades de ganar, iban en aumento.
Lo único que me
aumenta en este momento, es el dolor, y no el físico, a ese ya le hice un túnel
y me lo pasé por el arco del triunfo. Todos me dicen que Dios me eligió para
algo grande, que Él sabe lo que hace, pero yo no dejo de preguntarme: ¿por
qué?, ¿por qué yo y no otro? Ahí estaba el pelón o el tlacuache, y otros tantos
que no sienten el fútbol como yo.
En unos minutos
comenzará el partido inaugural de Rusia 2018. Un juego que, sin duda, no tendrá
desperdicio. Una batalla épica que los medios de comunicación se encargaran de
difundir por todo el mundo y que, seguramente, ensalzarán al equipo que obtenga
el primer triunfo. Mientras que mi batalla apenas comienza, en el silencio,
fuera de los reflectores. Hoy mi juego está en otra cancha, en la cancha de la
vida, y en esa no hay VAR, repetición,
ni aplausos; aunque hay caídas y trastazos como los hay en todo campo. No
busco ya, la gloria ni mayores triunfos, sólo quiero volver a ser lo que era
antes.
Si hoy logro levantarme
y dar un paso, ese será mi mayor triunfo.
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